Se conoce que, alrededor de 48 millones de parejas y 186 millones de personas en todo el mundo sufren de infertilidad, lo que significa que aproximadamente una de cada siete parejas en edad reproductiva presenta dificultades para concebir. En España, alrededor de un 16% de las parejas padecen estas dificultades y esta tasa está incrementando, debido a diferentes cuestiones sociales, culturales, físicas o emocionales. Los cambios sociales acontecidos han generado el retraso de la edad de inicio de búsqueda de gestación, así como el alargamiento de los estudios, la incorporación cada vez más tardía al mercado laboral así como la dificultad para tener un empleo de calidad o acceder a una vivienda digna. A esto se le une la dificultad de encontrar pareja con la que compartir el proyecto vital u otras dificultades asociadas al ejercicio de la maternidad/paternidad como es la falta de conciliación de la vida laboral con la familiar, permisos cortos u otras circunstancias que van generando un retraso en la búsqueda, lo que tiene como consecuencia que las tasas de infertilidad aumenten. El diagnóstico de infertilidad puede tener profundas consecuencias emocionales en las personas y parejas afectadas. Se considera una crisis significativa en el ciclo vital, que impacta a nivel personal, de pareja, familiar y social. Puede llevar a cuestionamientos profundos sobre la identidad personal y el sentido de valía, con la sensación de pérdida de control sobre la propia vida. Esto, a su vez, puede provocar tensiones en la relación de pareja, así como síntomas depresivos, estrés elevado y ansiedad, incluyendo la percepción de que algo está mal o defectuoso en uno/a mismo/a, lo cual puede desencadenar un proceso de duelo importante que incluye la negación, la ira, la negociación de posibilidades, la depresión y, eventualmente, la aceptación de las limitaciones y posibilidades.